"CAMUFLAMOS LAS LENTEJAS CON PAN"
Son las 2:40 de la mañana. Una vez más, he dejado los trabajos para última hora. Tal vez es falta de motivación, tal vez es la necesidad de la adrenalina que me produce saber que se me acaba el tiempo, tal vez no es nada o tal vez lo es todo.
Pero desde el miércoles, después de haber podido tener ese pequeño espacio de debate (agradecer a Hugo por habernos dado la oportunidad de vivirlo), hay una frase que lleva repitiéndose en mi cabeza: "Camuflamos las lentejas con pan."
Cuando dije esa frase, adornando una vez más mis palabras y tal vez intentando mostrarme poético o gracioso, sin ser nada de eso yo (nótese la referencia a la vecina de Valencia), hablábamos de si la universidad perpetua los errores que vivimos en la escuela y si ciertamente nos enseña herramientas para combatirlo (aún replicando el mismo modelo que tanto hemos criticado). En ese momento no me di cuenta de que esa frase, que desvaloriza el rico sabor de unas buenas lentejas, sería la razón y a su vez el titular para escribir una entrada en un blog que desgraciadamente he abandonado durante el cuatrimestre. Pero la inspiración llega en momentos críticos, y a estas horas de la noche, siento que es momento de conversar.
"Camuflamos las lentejas con pan". Quien no ha vivido ese momento alguna vez en su vida. La imagen de nuestro ceño fruncido, la boca a reventar, la cuchara llena de lentejas (o por defecto cualquier otro alimento que despreciemos), y una voz que dice: "Acompáñalo con un poco de pan, ya verás como no sabe." Finalmente, acabas cediendo, ya sea porque sabes que no vas a poder convencer a tu madre de dejar el plato, o porque el profesor que te vigila en el comedor no te dejará salir al patio. Y, realmente y por sorpresa, no sabe a lentejas. Te has conseguido comer una cucharada, dos, tres o incluso cuatro y no sabe a lentejas. Lo has conseguido. El plato vacío. ¡Has sobrevivido! Pero en el fondo, ambos sabemos que si por ti hubiera sido, tú ni habrías elegido lentejas para comer, pero la vida, el hambre, tu madre o el colegio, te ha dicho que para comer había lentejas, así que te las tienes que ingeniar para comértelas, o si no, sólo Dios sabrá que será de ti.
"La escuela reserva la instrucción para aquellos cuyos pasos en el aprendizaje se ajusten a unas medidas aprobadas de control social." (Illich, 2011).
Esta frase de Illich de su obra "La Sociedad desescolarizada" resume lo que contemplamos como educación y a lo que nos adentramos como maestros; un sistema donde las medidas aprobadas por una ley educativa serán los itinerarios a los que el alumno se tendrá que regir. El alumno tendrá entonces que ser sumiso de ese currículum, tendrá que conseguir lo que nosotros establezcamos y aquellos intereses y motivaciones que quiera perseguir, tendrán que quedar fuera de la escuela y ser perseguidos en su tiempo libre (si es que tiene), extraescolares (si es que puede permitírselo) o en su casa (si su contexto se lo puede garantizar). La escuela entonces, ¿se convierte en un lugar de aprendizaje o de perpetuación?
Para muchos niños, muchos de los contenidos que se ven obligados a estudiar, son ese gran plato de lentejas. Nosotros como maestros estamos aprendiendo a conseguir que se lo coman, ese plato que tanto desprecian y que podrían sustituirse por unas judías, que les apasionan y son igual de nutritivas. Pero como maestros, nos vemos obligados a coger un trozo de pan, la cuchara y forzar al niño a que abra la boca, mastique, salga con el diploma y ya cuando lo consiga que persiga sus sueños, si es que no han marchitado por el camino. Porque después de haberte forzado a comerte la cucharada entera, ya no quieres comer judías, por mucho que te apetecieran.
Y así, nuestro alumnado pierde la motivación, se estanca en un sistema que le falla porque lucha para que consiga algo que ni él mismo persigue.
Y es que como Ilich remarca, el sistema educativo nos hace confundir entre servicio escolar con formación, porque muchas de las cosas que hemos tratado en la escuela, no han tenido ningún valor en nuestro futuro e incluso han sido razón de frustración. Y sin embargo, otras experiencias, lugares, personas, sí han tenido algún valor y lo podemos reconocer como experiencia de aprendizaje. Queda entonces reflejado que la escuela no es el único lugar donde aprendemos.
Podría hacer más entradas relacionadas con su obra ya que creo que me ha quitado esa venda de los ojos que idealizaba la labor de la escuela y me ha hecho cuestionarme muchas cosas que antes no me había planteado. Pero me gusta cuando las cosas se enturbian, cuando te das cuenta que hay más alla, que hay algo que tenemos que debatir porque no estamos haciendo bien. Porque así lo afirma Illich en los demás mitos que expone en su obra; como la escuela no solo no lucha contra las desigualdades sino que las retroalimenta, o cómo delegamos el rol de la enseñanza a los maestros, cuando se puede aprender de mucho más.
Pero retomando la idea de uno de los fallos del sistema educativo, al menos a mi parecer, tampoco quiero terminar la entrada y dejar este mal sabor de boca. Creo que nosotros, como agentes del sistema educativo, tendremos que intentar que sea lo menos doloroso. Podemos agarrar ese trozo de pan y obligarlos a que se coman el plato entero, o podemos intentar añadir un poco de chorizo, incluso un hueso de jamón. Intentemos que nuestros alumnos consigan disfrutar o no odiar lo que les enseñamos. Porque eso sí depende de nosotros. Y aunque camuflemos el sabor, intentemos que la escuela no sea un espacio de traumas reprimidos e intentemos centrarnos en aquellos que no la disfrutan. Intentemos estar cerca, atendiendo a sus necesidades, a esas inquietudes que por desgracia no están escritas en un trozo de papel oficial, y luchemos porque no pierdan esa chispa.
Para finalizar, pediré perdón por el tono gris que ha podido tomar la entrada. Tal vez es mi pesimismo característico el que ha tomado control sobre mí a estas horas de la noche, o tal vez es la voz esperanzadora que sabe que hay cosas que se deben cambiar y que por tanto no repetir. No sabré cómo, pero sé que quiero, y creo que en realidad todos. Pero eso está en nuestra mano, tendremos que ir descubriéndolo poco a poco, y todo empezará cuando el primer día de clase los alumnos entren por la puerta riendo, llorando o con miedo.
Buenas noches :)


Me encanta!!!! Qué bien hablas, y qué entrada tan bonita :''')
ResponderEliminarÓscar, de verdad, qué maravilla de entrada. Solo tú eres capaz de convertir un plato de lentejas en una metáfora así de profunda (y además vinculándolo con Illich, osea, flipo contigo :)). Me has dejado pensando bastante en cómo percibes la educación, y creo que además tienes mucho que decir; es genial cómo hilas las ideas y haces que una reflexión así llegue a los lectores con tanto sentido. Me encanta ese tono tan honesto y cercano que tienes al escribir. Da gusto leerte, en serio. Un abrazo grande!!
ResponderEliminarMe encantan tus horarios Óscar jajaajja y me encanta tu manera de escribir y expresarte. Estoy totalmente de acuerdo con cada palabra que has escrito.
ResponderEliminarMe encanta la comparación jajajaj
ResponderEliminarJAJAJA me ha encantado , tu reflexión y tu manera de expresarte, pero en especial la sinceridad con la que lo has introducido, representando algo con lo que tantos de nosotros podemos sentirnos identificados a diario :´)
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